A simple vista Alemania no es tan diferente de España. Como en cualquier sociedad europea occidental, los símbolos se hacen fácilmente reconocibles. Las señales externas son terriblemente familiares para el español de hoy (imagino que no fue así para el inmigrante de hace cincuenta años). Los estrechos lazos de nuestras economías dificultan la localización a simple vista. Aunque nuestra educación europea deje que desear (con una educación escolar cada vez más centrada en la diferencia del terruño), un conglomerado de intereses empresariales ha ido acercando culturas (al menos de consumo) hasta el punto de que no nos sorprenda ya la característica forma de los tradicionales panes de Munich, o el simple hecho de entrar en un supermercado Lidl.
Un país diversoToda esta proximidad que extraje de mi segunda lectura de Alemania (tras un desconcierto inaugural), se desvaneció con la pausada lectura de años posteriores, que volvió a poner ante mí los temibles abismos que separan las germanias de las hispanias. Lo que parecía lógico, que las herencias históricas, culturales y religiosas, hubiesen creado gigantescas diferencias entre culturas ciertamente distantes, se vuelve sencillamente visible, hasta el punto de limitar la proximidad visible, únicamente a la superficie. Lo primero que habría que decir es que Alemania es un país más variado de lo que parece a simple vista y que yo simplifico en este texto para hacer posible la comparación. El español suele presumir de variedad ibérica, pero mete en un mismo saco un país tan enorme y diverso como Alemania (o Francia, o Italia). Nosotros somos muy diferentes, norte a sur, este a oeste: el resto de países suele limitarse a una sucesión de clichés y lugares comunes. Una aproximación igual de despreocupada tendrá el turista alemán esporádico, creyendo que es tradicional comer paella en Galicia, o que la lluvia de Asturias no le estropeará la playa en verano. Igualmente, el turista español creerá que el centro histórico de Munich es similar al de Dresde, o al de Hamburgo. O que nos podemos comer un codillo en Berlín, sin sospechar que se trata de una especialidad bávara.
Demográficamente diferentesLa primera gran diferencia que nos encontramos entre Alemania y España, casi a simple vista, es la densidad de población. Los 82 millones de habitantes (de ellos 7 millones no son ciudadanos alemanes) en una extensión de aproximadamente dos tercios la española, catapulta la densidad a unos 230 hab/km² (la española debe rondar los 70). Aunque una vez más se establecen aquí importantes distancias entre los antiguos estados federados (263 hab./km²) y los antiguos estados socialistas (145 hab/km²).
La segunda diferencia es ya un pelín más sutil: algo más de ochenta ciudades alemanas, tienen más de 100.000 habitantes, sin embargo sólo Berlín pasa de los tres, y sólo Munich y Hamburgo pasan del millón (Colonia tiene casi un millón). España, con la mitad de población que Alemania, cuenta prácticamente con seis ciudades (incluyendo el área metropolitana) que sobrepasa el millón de habitantes. La vida en España se concentra alrededor de unas grandes urbes, polarizado alrededor de las áreas de Madrid y Barcelona, que suman casi el 20% de la población española. Alemania sin embargo es una gigantesca red mallada sin centro definido. Esta dispersión caracteriza fuertemente la forma de vida alemana: la movilidad laboral, la dispersión familiar, las infraestructuras de transportes y comunicaciones, y algo especialmente crítico hoy en España: el precio de la vivienda. Un piso en Berlín cuesta entre la mitad y la tercera parte que uno de características similares en Madrid. Todavía más a su favor, la renta per cápita alemana ronda los 27.000 dólares, frente a los 22.000 españoles. El parón económico alemán, una verdadera disposición por parte de las autoridades a no especular con el suelo, y la menor aglomeración urbana han conseguido que la burbuja inmobiliaria internacional (no solo en España cuecen las habas), no se haya inflado en Alemania. Que el alemán es más rico, en términos monetarios, que el español no es un dato novedoso. Que el alemán tiene a su alcance mejores casas y más baratas, tanto en compra como en alquiler no es algo tan familiar. Y que dichas casas sean por lo general más espaciosas y más luminosas, sin patios interiores que no sean de manzana, lo cual es especialmente remarcable en las viviendas urbanas, es probablemente un dato que la mayoría de los españoles desconocen.
En cuanto al clima, no es tan fiero el hombre del tiempo como lo pintan. El frío del invierno es compensado con la suavidad del verano. Como para gustos se hicieron los termómetros, aquí la gente aprecia el sol en la playa, pero no soporta el calor en su rutina diaria. Y una Navidad sin nieve, no es una Navidad. Lo que es indudable es que la luz escasea en comparación con la península ibérica, y que en invierno esta ausencia adopta tintes siniestros, languideciendo los días.
Bullicios y otras diferenciasEl bullicio en las calles también se deja echar de menos. Solo en Berlín (y en la Oktober Fest) he podido admirar el bullicio y las terrazas repletas hasta las dos de la mañana en verano. También me vi sorprendido el pasado verano al no poder encontrar fácilmente un hueco para la toalla en alguna de las playas más turísticas del Báltico. Pero ayer domingo (doblemente festivo en Alemania), me recorrí de arriba abajo Greifswald -ciudad de unos 60.000 habitantes a orillas del mar- para poder encontrar un kiosko donde comprar el periódico. Aunque me habría sido ligeramente más fácil encontrar un bar para tomar una cañita, no creo que hubiera compartido la barra con muchos parroquianos. La abundancia de naturaleza y de espacios abiertos complica la búsqueda de otros ejemplares humanos con los que entrar en calor mediante el roce y la mirada. No es que la gente no salga a disfrutar de un soleado y fresco día navideño. Salen y mucho. Pero no tienen por costumbre arremolinarse alrededor de una terraza, o dentro de un centro comercial. De hecho tienen por costumbre todo lo contrario, como refleja una costumbre curiosa que he podido constatar repetidas veces: un verano en París nos arroja contra miles de turistas españoles, pero solo alemanes habrán llegado a un perdido pueblecito de la costa normanda. Solo turistas de aquí me encontré en un viaje por los Picos de Europa en verano.
El alemán busca el recoveco. El español el roce. La cabra tira al monte.
Seguir leyendo otros capítulos de la serie:
Alemania. Distorsiones de un eterno retorno.
I. Tan cerca, tan lejos
II. Matices, diferencias y cabras
III. Socialismo, economía y consumo
IV. Historias del Este
V. El 2004, Internet y la tecnología
VI. Apuntes del natural
VII. Un poco de kultur
VIII.Linkografía
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