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  • Hola, soy Fernando Polo, y este fue mi blog querido (?), que ya no actualizo periódicamente. Si quieres saber más sobre mí, ahora posiblemente te interese seguirme en LinkedIn.

    diciembre 27, 2004

    Alemania [II] - Matices, diferencias y cabras

    A simple vista Alemania no es tan diferente de España. Como en cualquier sociedad europea occidental, los símbolos se hacen fácilmente reconocibles. Las señales externas son terriblemente familiares para el español de hoy (imagino que no fue así para el inmigrante de hace cincuenta años). Los estrechos lazos de nuestras economías dificultan la localización a simple vista. Aunque nuestra educación europea deje que desear (con una educación escolar cada vez más centrada en la diferencia del terruño), un conglomerado de intereses empresariales ha ido acercando culturas (al menos de consumo) hasta el punto de que no nos sorprenda ya la característica forma de los tradicionales panes de Munich, o el simple hecho de entrar en un supermercado Lidl.
    Un país diverso
    Toda esta proximidad que extraje de mi segunda lectura de Alemania (tras un desconcierto inaugural), se desvaneció con la pausada lectura de años posteriores, que volvió a poner ante mí los temibles abismos que separan las germanias de las hispanias. Lo que parecía lógico, que las herencias históricas, culturales y religiosas, hubiesen creado gigantescas diferencias entre culturas ciertamente distantes, se vuelve sencillamente visible, hasta el punto de limitar la proximidad visible, únicamente a la superficie. Lo primero que habría que decir es que Alemania es un país más variado de lo que parece a simple vista y que yo simplifico en este texto para hacer posible la comparación. El español suele presumir de variedad ibérica, pero mete en un mismo saco un país tan enorme y diverso como Alemania (o Francia, o Italia). Nosotros somos muy diferentes, norte a sur, este a oeste: el resto de países suele limitarse a una sucesión de clichés y lugares comunes. Una aproximación igual de despreocupada tendrá el turista alemán esporádico, creyendo que es tradicional comer paella en Galicia, o que la lluvia de Asturias no le estropeará la playa en verano. Igualmente, el turista español creerá que el centro histórico de Munich es similar al de Dresde, o al de Hamburgo. O que nos podemos comer un codillo en Berlín, sin sospechar que se trata de una especialidad bávara.
    Demográficamente diferentes
    La primera gran diferencia que nos encontramos entre Alemania y España, casi a simple vista, es la densidad de población. Los 82 millones de habitantes (de ellos 7 millones no son ciudadanos alemanes) en una extensión de aproximadamente dos tercios la española, catapulta la densidad a unos 230 hab/km² (la española debe rondar los 70). Aunque una vez más se establecen aquí importantes distancias entre los antiguos estados federados (263 hab./km²) y los antiguos estados socialistas (145 hab/km²).
    La segunda diferencia es ya un pelín más sutil: algo más de ochenta ciudades alemanas, tienen más de 100.000 habitantes, sin embargo sólo Berlín pasa de los tres, y sólo Munich y Hamburgo pasan del millón (Colonia tiene casi un millón). España, con la mitad de población que Alemania, cuenta prácticamente con seis ciudades (incluyendo el área metropolitana) que sobrepasa el millón de habitantes. La vida en España se concentra alrededor de unas grandes urbes, polarizado alrededor de las áreas de Madrid y Barcelona, que suman casi el 20% de la población española. Alemania sin embargo es una gigantesca red mallada sin centro definido. Esta dispersión caracteriza fuertemente la forma de vida alemana: la movilidad laboral, la dispersión familiar, las infraestructuras de transportes y comunicaciones, y algo especialmente crítico hoy en España: el precio de la vivienda. Un piso en Berlín cuesta entre la mitad y la tercera parte que uno de características similares en Madrid. Todavía más a su favor, la renta per cápita alemana ronda los 27.000 dólares, frente a los 22.000 españoles. El parón económico alemán, una verdadera disposición por parte de las autoridades a no especular con el suelo, y la menor aglomeración urbana han conseguido que la burbuja inmobiliaria internacional (no solo en España cuecen las habas), no se haya inflado en Alemania. Que el alemán es más rico, en términos monetarios, que el español no es un dato novedoso. Que el alemán tiene a su alcance mejores casas y más baratas, tanto en compra como en alquiler no es algo tan familiar. Y que dichas casas sean por lo general más espaciosas y más luminosas, sin patios interiores que no sean de manzana, lo cual es especialmente remarcable en las viviendas urbanas, es probablemente un dato que la mayoría de los españoles desconocen.
    En cuanto al clima, no es tan fiero el hombre del tiempo como lo pintan. El frío del invierno es compensado con la suavidad del verano. Como para gustos se hicieron los termómetros, aquí la gente aprecia el sol en la playa, pero no soporta el calor en su rutina diaria. Y una Navidad sin nieve, no es una Navidad. Lo que es indudable es que la luz escasea en comparación con la península ibérica, y que en invierno esta ausencia adopta tintes siniestros, languideciendo los días.
    Bullicios y otras diferencias
    El bullicio en las calles también se deja echar de menos. Solo en Berlín (y en la Oktober Fest) he podido admirar el bullicio y las terrazas repletas hasta las dos de la mañana en verano. También me vi sorprendido el pasado verano al no poder encontrar fácilmente un hueco para la toalla en alguna de las playas más turísticas del Báltico. Pero ayer domingo (doblemente festivo en Alemania), me recorrí de arriba abajo Greifswald -ciudad de unos 60.000 habitantes a orillas del mar- para poder encontrar un kiosko donde comprar el periódico. Aunque me habría sido ligeramente más fácil encontrar un bar para tomar una cañita, no creo que hubiera compartido la barra con muchos parroquianos. La abundancia de naturaleza y de espacios abiertos complica la búsqueda de otros ejemplares humanos con los que entrar en calor mediante el roce y la mirada. No es que la gente no salga a disfrutar de un soleado y fresco día navideño. Salen y mucho. Pero no tienen por costumbre arremolinarse alrededor de una terraza, o dentro de un centro comercial. De hecho tienen por costumbre todo lo contrario, como refleja una costumbre curiosa que he podido constatar repetidas veces: un verano en París nos arroja contra miles de turistas españoles, pero solo alemanes habrán llegado a un perdido pueblecito de la costa normanda. Solo turistas de aquí me encontré en un viaje por los Picos de Europa en verano.
    El alemán busca el recoveco. El español el roce. La cabra tira al monte.


    Seguir leyendo otros capítulos de la serie:

    Alemania. Distorsiones de un eterno retorno.

    I. Tan cerca, tan lejos
    II. Matices, diferencias y cabras
    III. Socialismo, economía y consumo
    IV. Historias del Este
    V. El 2004, Internet y la tecnología
    VI. Apuntes del natural
    VII. Un poco de kultur
    VIII.Linkografía

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    6 Comentarios:

    Anonymous Anónimo dijo ...

    Eres un pedazo de cabrón. Estaba buscando información para escribir un post. Y he visto que ya lo has escrito tú. Bueno, no hubiera llegado a tanto. Felicidades por el estilo y la calidad, muy logrado.
    Quería resaltar la diferencia tan abismal que se deriva de la dispersión poblacional alemana comparada con la española. Lo dejas muy claro: implica que la movilidad laboral es mucho mayor. Pero querría destacar el aspecto tremendamente positivo de ello. La riqueza, como la población se reparte. Y se reparte entre el ciudadano medio.
    Veamos Madrid. Tiene más del 10% de la población española, y uno de los sueldos medios más elevados del país. Indudablemente la riqueza y el trabajo están allí, lo que obliga a que numerosos estudiantes y profesionales tengan que desplazarse a la capital. Estas personas, como capital humano, empobrecen con su marcha las ciudades de las que provienen, impidiendo un resurgimiento a medio-largo plazo de las mismas.
    La migración hacia nucleos tan definidos conlleva el deterioro de las condiciones de vida de dichos lugares, que están dimensionados para menos habitantes. Esto provoca peores transportes, vivienda y servicios para los habitantes de dicho centro. Y la situación no hace sino empeorar con el tiempo. La dispersión con grandes núcleos es una característica de los países tercermundistas, tal vez EEUU sea una de las pocas excepciones.
    En Alemania cualquier "pueblo" pequeño tiene su industria, sus servicios y por consiguiente los habitantes, que no necesariamente habrán nacido allí, tienen una calidad de vida y posibilidades laborales aceptables.

    Lo que resaltas sobre la idea de turismo es también acertadísimo. En España está "El camino de Santiago de toda la vida", o Camino Francés, que hacen decenas de miles de personas todos los años. Cómo no, la mayoría son españoles. También hay un camino alternativo, "El camino del Norte", muy minoritario. El año que lo hice los pocos compañeros que encontré eran, en su mayoría, alemanes.
    Quizás los españoles aún no tengamos muy asumido el papel de turistas y entendamos que se trata de una tarea de "check points", la gente va tachando Paris, Londres, Nueva York de una larga lista, mientras va dejando la letra pequeña de las guias de viajes, que suele ser la más interesante.

    De nuevo felicitaciones por el post, y sigo leyendo.

    septiembre 17, 2005 6:33 p. m.  
    Anonymous Anónimo dijo ...

    Gracias por tus elogios, en este y en los otros posts.
    Escribí la serie de Alemania, estando ocioso allí durante las navidades allí, y cumplí algo que quería hacer desde mucho tiempo atrás.

    De verdad que me hace ilusión una lectura tan atenta como la tuya.

    En cuanto a lo que dices de la polaridad de la población, no puedo estar más de acuerdo contigo. En Madrid (de forma similar a lo que sucede en París, donde he vivido más de año y medio) las condiciones de vida son desastrosas. Hace diez años era mi sueño. Ahora no encuentro el momento de dejar esta ciudad.

    septiembre 18, 2005 8:05 p. m.  
    Blogger Nacho dijo ...

    Enhorabuena por la serie de posts. Me encantan. Este año he estado de Erasmus en Hannover, y a parte de diario también he escrito algunas de las cosas que cuentas en mi blog, y las otras quiero contarlas ahora que tengo tiempo. Así que no te extrañe recibir algún Trackback. Enhorabuena.

    octubre 06, 2005 12:00 a. m.  
    Blogger Fernando Polo dijo ...

    Gracias, Nacho. Los visitantes que poco a poco llegan a esta serie me animan a volver a intentarlo un día.

    Espero seguir tu blog.

    octubre 06, 2005 12:38 a. m.  
    Anonymous Elisabet dijo ...

    Hola Fernando,

    Me encanta la forma en la que profundizas en las diferencias entre España y Alemania. Sobre todo resaltando el tema de la regionalidad.

    Antes de irme a vivir a Alemania confieso que para mí todos los alemanes me parecían como los chinos: iguales. Desde el máximo respeto por ambos. Ahora que vivo en el país germano puedo comprobar que no es así. Yo destacaría también la diferencia de pronunciación del "Hoch Deutsch" y sus diferentes dialectos respecto a cada estado alemán.

    Sigo leyendo tu serie :)

    Saludos desde Deutschland***

    enero 11, 2014 3:17 p. m.  
    Blogger Fernando Polo dijo ...

    La lástima es que yo conozco bastante la ex-Alemania del este, pero poco la del oeste... Es un país enorme, rico, diverso. El año pasado estuvimos dos semanas por el Mar del Norte, justo bajo Dinamarca y me gustó mucho.
    Espero aprender mucho aún (anda que no me quedan años de visitas... ;-)
    De hecho, aún tengo la esperanza de irme a vivir a Berlín algún día.

    enero 11, 2014 10:04 p. m.  

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