Me gusta Umberto Eco. Me gusta su discurso y me gustan sus obras. Envidio su biblioteca de más de 30.000 volúmenes. Envidiaría también, estoy seguro, el dinero que tednrá para poder alojar y mantener dicha biblioteca.
En su
artículo de hoy en La Nación (vía
Libro de Notas), aparte de citar un hilarante dato, según el cual, el 47% de los que contestaron a una encuesta de Eta Media Research (¿quién sigue creyendo en las encuestas?), dice que el autor de
El nombre de la Rosa es Sean Connery (!), menta además un lema de Valentino Bompiani: "Un hombre que lee vale por dos".
No puedo estar más en desacuerdo. Si fuera así, su voto debería valer el doble. Incluso dando por cierto (que ya es dar) el hecho de que la lectura ilustre a un hombre, seguiría teniendo mis dudas sobre si el voto de este hombre ilustrado valdría doble (aunque nadie las tenga, yo sí las tengo).
Leer es muchas cosas diferentes. Asegurar que leer es ilustrarse deja muchas lecturas fuera. Y es que hay lecturas y lecturas: leer un periódico gratuito en el Metro, leer manifiestos políticos, leer novelas de intriga, leer El Marca, leer ciencia ficción, leer novelas rosa, leer a Baltasar Gracián, leer best sellers americanos de espías, leer ensayos científicos, leer poesía, leer filosofía, leer anuncios en vallas publicitarias, leer libros médicos, leer la mano, leer la Harvard Business Review, ...
¿En qué se diferencia el hecho de leer un "buen" best seller americano, de ver una "buena" película de Hollywood?
Así dicho, sin diferenciar, eso de que el hombre leído vale doble, no haría más que traer una inflación de individuos a nuestras sociedades, donde casi todo el mundo lee, aunque casi nadie lea lo que importa.
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