La gente
confía menos que nunca en las marcas comerciales. Posiblemente, la agresividad publicitaria a la que se han visto forzadas ante la creciente saturación del mercado, es responsable de una parte de ese declive de credibilidad.
Pero la confianza es el aire que respiramos en cada transacción comercial. Tenemos un miedo irracional a sentirnos estafados. Incluso si se nos tuerce una compra nimia, se nos puede amargar el día.
¿Tiene cara nuestro equipo en la web? ¿Mostramos en ella los datos básicos para demostrar que existimos? ¿Cuidamos nuestra imagen corporativa? ¿Nos hemos adscrito a algún sello de confianza? ¿Ofrecemos una garantía de compra? Generar confianza debería ser una de las prioridades de nuestro marketing.
¿Cumplimos los plazos? ¿Enviamos el correo electrónico cuando dijimos que lo íbamos a enviar? ¿Nos anticipamos y llamamos antes de que nuestros clientes puedan siquiera comenzar a sentir inquietud por la marcha de su proyecto?
Como decía Samuel Johnson, la gente tiende a confiar en los desconocidos, porque todavía no les han traicionado. Volquémonos en la atención al cliente, trabajando cada día para no traicionarles. Es la mejor opción si no tenemos los ingentes presupuestos (o incluso teniéndolos) que las grandes marcas suelen quemar para atacar todos los atributos clásicos del branding.
¿Ligamos una parte de nuestros honorarios a los resultados obtenidos por el proyecto? ¿Ofrecemos una garantía de devolución del dinero por la compra de un producto? Concentrarnos en el éxito de la transacción o del proyecto genera confianza. Y mantener el compromiso con los resultados del cliente, es la mejor forma de mantener la confianza depositada.
La confianza es un acto de fe en las personas, generarla es complicado y perderla más fácil de lo que parece. Merece la pena luchar por ella día a día.
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