Ese día despertó siendo absolutamente consciente de que ya no tenía nada más que contar. A cada tecla pulsada, un espasmo recorría su columna vertebral y le transmitía que sería mil veces (mil) mejor dejar los dedos en suspensión. Porque para qué.
Con el café de las nueve y media, un montón de basura al estilo vertedero patrio le vino a la mente. Competir por hacer crecer el montón, escribiendo mediocridades sobre una pasión que se había convertido en la pasión de legiones de adictos. Hace años, al menos, sus mediocridades se oían en el silencio; un chorrillo de agua cayendo al parqué. Hoy no eran más que insulsas gotas en un abigarrado mar.
Tras el café de las doce y cuarto saboreó el tedio. Pudo visualizar con precisión una ilusión en forma de meteórica pila, donde cientos de novedades se arrumbaban cada segundo. Briznas de obviedad con las que explayarse, teorizando y profundizando. Y al minuto siguiente, cientos de contaminantes referencias volcadas sin piedad a ese mar colorido. Disturbando a unos estolidos peces, incapaces de comprender que habitaban una pecera refractaria.
Y pensó ...
Epílogo (debidamente cuarteado para sms estadounidense)Y pensó si pedir ayuda a sus miles de fans o a un psicólogo especializado en agorafobia.
Y creyó comprender que sus males radicaban en un fallo de conexión sináptica de banda estrecha.
Y se bloqueó solicitadamente, para evitarse males peores.
Y ni una tecla sintió la presión de sus yemas, hasta el día del perjuicio final.
Y erre que ese ese.
Tuitéalo |
Menéalo |
Del.icio.us |
Facebook |
Suscríbete RSS