Me percaté de que la tan cacareada inutilidad de la literatura era una gran falacia amasada por los teóricos más aplaudidos del siglo pasado, cuando mi ocio comenzó a rellenarse placenteramente con novelas y poemas estimulantes y en absoluto inútiles. Desde entonces, sin cejar en el empeño de encontrar la inutilidad más absoluta, me he sumergido en el sufrimiento de la filosofía, apenas capacitada ni para dejar pasar el rato.
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