Yo no odio, pero si tuviera que hacerlo, odiaría al escritor que confunde -incluso a la luz-, sabiduría y engolamiento. Tener que cavar en la prosa, rompiéndome las uñas de las pestañas tras un incierto conocimiento que podría ser ameno, sino se encontrara sepultado bajo los tecnicismos de la estupidez academicista. No se ya sólo que la sofisticación no tenga que ver con la genialidad, es más bien que la estolidez críptica tan en boga en el ensayo posmoderno de ayer y hoy, es notorio síntoma de vacuidad, y casi con toda probabilidad, de cobardía.
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