Cuatro novelas, que me han permitido desconectar en el último mes.
Los que vivimos, de
Ayn Rand.
Una gran novela rusa del siglo XX, al estilo de la gran novela rusa del XIX. Ayn Rand es una escritora rusa afincada en EEUU, que terminó convirtiéndose en filósofa, abanderada del individualismo más feroz, y luchadora contra todo tipo de totalitarismos y de su versión democrática, el intervencionismo estatal. Cercana al liberalismo económico y propulsora del
egoísmo racional, doctrina que no conocía enunciada como tal, y de la que soy ferviente defensor, como saben mis amigos más cercanos. Siempre he creído que el egoísmo, al contrario de lo que suele ser tenido por norma en la sociedad es uno de los motores que hacen que la civilización avance, y no sólo no es condenable, sino que es terriblemente necesario. Volviendo a Ayn Rand, su novela más conocida es
La rebelión de Atlas (Atlas Shrugged), que espero leer en breve. Aunque Los que vivimos denuncia los excesos del primer comunismo ruso, se trata más bien de una historia de amor, narrada sobre el trasfondo trágico de la represión de los primeros años veinte en San Petersburgo. Una novela encogedora y abrumadora, de la que no se sale indiferente. Necesaria, creo.
Vida de Pi, de Yann Martel.
No se puede decir nada de la trama de esta novela, sin estropear la sorpresa que depara al lector alrededor de la página 100 de la edición en rústica de Destino. Lo mejor que se puede hacer es leerla confiando a ciegas en la recomendación de un amigo. Valga esta nota como mi cita a ciegas con una obra maestra, ganadora del prestigioso premio Booker en 2002. Ni una sola página defraudará. Aunque tardé un poco más en llegar a esa página 100, no por ello me gustó menos la primera parte de la novela. Lo cual no quita para que terminara las doscientas páginas restantes en apenas día y medio (estaba de vacaciones, eso sí). Desde aquí mi agradecimiento a Rómulo, que me hizo la cita a ciegas, regalándome el libro por mi cumpleaños.
Las intermitencias de la muerte, de José Saramago.
Saramago se ve aquejado de la maldición del Nobel, por la cual, ningún escritor ha superado sus obras cumbres una vez concedido el galardón. De las siete novelas que he leído suyas, considero
El evangelio según Jesucristo como su obra maestra, y si alguien no la ha leído aún, no debería tardar en hacerlo. En
Las intermitencias de la muerte juega con unas condiciones inverosímiles, al estilo de el
Ensayo sobre la ceguera, por las que un buen día, la muerte deja de actuar en un país europeo, y la población comienza a envejecer sin por ello llegar a fallecer. Un magnífico alarde imaginativo, que sin embargo, me hubiera dejado un regusto de artificio, de no ser por el final de la extraña relación amorosa que se narra en la segunda parte del libro, que salva en cierta medida la trama. De hecho, hay dos partes no diferenciadas explícitamente en la novela, que sin embargo tienen casi poco que ver entre sí, si no fuera por el título que hila la obra. Gracais también desde aquí a Jose y Mar, que me la regalaron, y que aún no la han leído. Comparto con ellos mi gusto por el autor, y coincido con Jose en la afirmación de que Saramago es uno de los prosistas contemporáneos más espectaculares que conozco.
Tokio Blues (Norwegian Wood), de Haruki Murakami.
Recientemente traducida al español, pero escrita en 1987, su autor es un best-seller japonés, del cual no se lee mucho aquí en España. He leído críticas donde se le compara con Jorge Luis Borges, y estoy casi seguro de que a Borges no le haria ninguna gracia. Más cercano sin duda a Salinger, y aunque no me huele a clásico, está claro que tampoco es un autor que deje indiferente, y no tiene nada que ver con los best-sellers al uso americanos, sino más bien con los de alta literatura, que no es alta ni baja, pero que no suelen tener por tema central los espías, la guerra fría o grandes avatares políticos, sino más bien el díá a día y la rutina del hombre normal o del perdedor al uso. Tokio Blues me ha dado ganas de leer más obras del autor. Una historia narrada desde un presente que desaparece en la primera página, y no queda claro si vuelve a existir en algún momento. La historia de un amor, torturado por una enfermedad psicológica. Lo cierto es que me la tragué en 3 días, porque me enganchó la historia de los protagonistas desde el principio. Gente solitaria, onanista, psicológicamente retorcida y con ganas de ver en el futuro lo que no encuentran en el presente. Murakami usa un idioma sencillo y poético que puede rayar la horterada sacado de contexto (claro que eso le pasa también hasta a Saramago, no así a Javier Marías, por ejemplo). Un libro prescindible (como prácticamente todos los libros) pero recomendable, como sólo lo son algunos. Especialmente para un occidental, por el baño de cultura nipona que rezuma la obra.
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