Hoy
la referencia es Arcadi, y su análisis del periodismo
posterror:
Nunca como en un atentado el periodismo revela su vocación lenitiva. El sistema eufemístico con que da calor a los hombres. Vuelan trenes, autobuses, médula de chicas, y el periodista llega a la radio, al periódico, a la televisión y empieza a buscar en su dial: G7, CIO, siglas, siglos. Propongo, por hoy, un minuto de compasión. Es su forma de duelo. Es su pésame. Es, también, su patética aspiración al orden. “Ah, bien, hoy se reunía el G8”, y suspira casi aliviado. Imaginad, por un momento, que tuviera que hablar ante la cámara con los ojos vacíos. O escribir algo de esto que comenzara: “Una chica, Maggie Jackson, entró a las doce en el autobús, después de haber descartado la posibilidad de pasar el día en el Victorian Albert, que le ofrecía una amiga española...” Imposible. Lo suyo es el razonamiento. [...] Los más audaces acabarán diciendo que el G8 destrozó a la chica.
Lo que busca el terrorista, está al día siguiente del atentado en todos los medios de comunicación. El terrorista se regocija con el análisis racional post-terror propio de una sociedad democrática. Lo que busca el terrorista es que la prensa y
la opinión pública engrasen los engranajes de la razón buscando
el eslabón perdido, el nexo,
la causa-efecto necesaria para poder al día siguiente, montarse en un vagón de metro o de tren, con la conciencia tranquila: "hoy mis gobernantes no han hecho nada para que yo explote en pedazos en este vagón".
Si todos jugaramos su juego, yo no tendría reparos en titular este
post así:
Los medios de comunicación mataron ayer en Londres a más de 37 personas.
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