La familia, como la religión, perdieron tiempo ha su función social para con el individuo. Hace mucho ya, que éste ha dejado de ser tal para convertirse en un átomo social, rítmicamente amaestrado por mediación de la conciencia colectiva: las reverberaciones sonoras de los organismos estatales, partidos políticos, medios de comunicación y organizaciones mercantiles.
Los monopolios políticos, económicos y culturales han acaparado desde hace un siglo la función formativa de la familia y la iglesia. Atentar hoy contra estas dos caducas instituciones es la última gracieta de un sistema que se ríe del individuo.
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