Dice Rubén Osuna en Libertad Digital que Bill Gates se equivoca al anunciar la muerte del libro. Digo yo, desde aquí, que se equivocan Rubén Osuna y Bill Gates. Por decir que no quede.
Gates habla del libro electrónico, claro. Formatos, papeles de plasma que no se arrugan, pero que se doblan (?), carga y descarga, no más polvo en el lomo del libro. Vamos que de aquí a unos años, las estanterías quedarán para los floreros; eso si no nos vende Gates también floreros digitales con pantallas de plasma tridimensionales, que un día florece gardenias inmarcesibles, y otro día rosas rojas. Y aunque no podamos arrancar una para prendérnosla en la solapa, sí que podremos tontear con el tono RGB de la rosa.
Y dice Osuna que Gates llega tarde, porque el libro ya está muerto, entendiendo por libro a los incunables de antes de Gutemberg, y por pseudo libro a las ediciones fungibles de bolsillo actuales.
Sin embargo, hablaba yo con un amigo cercano al mundo editorial sobre cómo recientemente las ediciones rústicas (las primeras ediciones, vaya) han mejorado en los últimos tiempos por ser más grandes, con tapas más duras y encuadernaciones más doradas y barrocas, para que destaquen así en el punto de venta y duela menos pagar 20 euritos. Y así el lector compra más por la tapa, que por el contenido, que para lo segundo habría que sentarse en el suelo de la tienda a evaluar detenidamente la prosa. O sea que las ediciones tienden de nuevo a aquellos grandes ejemplares de atrio eclesiástico que ahora Osuna reclama.
Predicciones o constataciones aparte, la polémica da para cháchara y ocurre así siempre que la conversación surge. Me declaro amante del libro impreso y encuadernado. Y me gusta más la edición de bolsillo que la rústica, pues aun caduca, es más portátil, viajera, dúctil, y quizá por eso fungible. Y me siento acompañado en esta manía mía. También me declaro idólatra de mi librería (exigua, pero honesta), aunque entiendo que eso ya no es de mayoría absoluta. Subrayo los libros y anoto, e imagino que tampoco eso es un lugar común. Pero la primera de las fobias, esa de tener un libro entre las manos, de arrastrarlo en metro al trabajo y que se caiga rodando las escaleras abajo al salirse del bolsillo, y tenerlo siempre disponible (y no en función de la batería), en la cama, en el wáter; releer una página a mi mujer, y luego remover las lentejas. No sé. Poder hojear de un vistazo buscando un trozo que subrayé y en que luego me detengo o que una poesía salte a mis ojos por azar.
Imagino que seré un nostálgico de la edición de bolsillo cuando ya el iPod de los libros esté en todos los FNACs. Ahora, cuando se acaba su corta batería, o me aburro de "no ver" nada, quito el iPod, desenfundo un vinilo, con dedos de goma, lo acaricio, releo los cuadernillos, me extasio en una portada a lo grande, y lo pongo enardecido en mi tocadiscos.
Debo ir por los 5.000 libros electrónicos que me permiten más que una lectura cómoda, el milagro de la búsqueda instantánea. Y cuando salga el iPod de bolsillo, pues lo usaré supongo. Pero no creo que esté todavía cerca la tecnología que permita reproducir la experiencia de usuario del libro en papel. Y si lo está, pues mejor que mejor.
Y pienso:
Nunca al estudiar mi carrera de ingeniería industrial pensé que la física y la electrónica se hallarían un día tan enfrentadas.
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