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    agosto 31, 2011

    Engagement is the new advertising


    Con la fragmentación de los medios de comunicación y el auge de Internet y la web 2.0, la publicidad pierde eficacia y ya no puede ser considerada como la poción mágica para vender más. La publicidad le ha hecho mucho daño al Marketing (con mayúscula). Hasta le robó el nombre. Le secuestró al cliente, para convertirlo en “target”. Internet nos obliga a ser más transparentes. Tener un buen producto será condición sinequanon, porque se pilla antes al mentiroso que al cojo. Pero no será suficiente. El Marketing seguirá incluyendo la comunicación, la vinculación, el desarrollo de producto y por todo ello, asistiremos (ya se esta produciendo) a un gran trasvase de presupuesto desde la publicidad hacia el "engagement". La vinculación es la nueva publicidad. Y la relación con un cliente cuyos hábitos tecnológicos lo han transformado en un animal “supersocial” e “hiperconectado” se producirá de forma natural en Internet.

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    agosto 23, 2011

    El zoo: humanismo y pavos reales

    Hace algunos años, antes de que existiera este blog de abladías, mi amigo Álvaro y yo, decidimos escribir un blog con reflexiones que rayaban lo pseudofilosófico, y que se perdió en el traspié de un administrador de sistemas de un hosting cuyo nombre prefiero no recordar. Quiero revivir algunos de esos posts, salvados de la debacle, ahora en abladías, como homenaje y como acicate para volver a escribir en estéreo, sobre cosas que aderecen con diversidad malograda mi pensamiento único-profesional. Las etiquetaré como perplejismos en recuerdo a aquel blog (perplejismos.com).
    Fernando.


    El zoo: humanismo y pavos reales

    Hay una metáfora hilarante y demoledora en el libro La Conquista de la felicidad de Bertrand Russell, que cuenta literalmente lo siguiente:

    Por mi parte, creo que no tiene nada de malo educar a un niño de manera que se crea un tipo estupendo. No creo que ningún pavo real envidie la cola de otro pavo real, porque todo pavo real está convencido de que su cola es la mejor del mundo. La consecuencia es que los pavos reales son aves apacibles. Imagínense lo desdichada que sería la vida de un pavo real si se le hubiera enseñado que está mal tener buena opinión de sí mismo. Cada vez que viera a otro pavo real desplegar su cola, se diría: “No debo ni pensar que mi cola es mejor que esa, porque eso sería de presumidos, pero ¡cómo me gustaría que lo fuera! ¡Ese odioso pavo está convencido de que es magnífico! ¿Le arranco unas cuantas plumas? Así ya no tendría que preocuparme de que me compararan con él”. Hasta puede que le tendiera una trampa para demostrar que era un mal pavo real, de conducta indigna de un pavo real, y denunciarlo a las autoridades. Poco a poco, establecería el principios de que los pavos reales con colas especialmente bellas son casi siempre malos, y que los buenos gobernantes del reino de los pavos reales deberían favorecer a las aves humildes, con solo unas cuantas plumas flácidas en la cola. Una vez establecido este principio, haría condenar a muerte a los pavos más bellos, y al final las colas espléndidas serían solo un borroso recuerdo del pasado. Así es la victoria de la envidia disfrazada de moralidad. Pero cuando todo pavo real se cree más espléndido que los demás, toda esa represión es innecesaria. Cada pavo real espera ganar el primer premio en el concurso, y cada uno, viendo la pava que le ha tocado en suerte, está convencido de haberlo ganado.

    Ya algunos párrafos antes, Russell había advertido que “la envidia es la base de la democracia”. Y aunque califica a aquella de lamentable, admite que puede tener resultados deseables a priori, como la lucha contra la injusticia y la desigualdad. Ahora bien, esto sólo puede darse en una fase transitoria hacia un “refugio mejor”. ¿Cómo? “... desarrollando su corazón, como ha desarrollado su cerebro. Aprendiendo a trascender de sí mismo ...”. Russell, humanista ciego (y pacifista acérrimo) confía en que la solución al problema de la convivencia humana vendrá de la mano de un desarrollo ulterior del amor (¡). El cómo llegar a ese desarrollo superlativo del corazón no lo dice.
    La casualidad ha querido encadenar en mis lecturas un libro anti-humanista, Normas para el parque humano, de Sloterdijk, y con el de Russell. A día de hoy, los que no confían en el humanismo –entendiendo por humanismo la inhibición de los bajos instintos humanos a través de la educación, principalmente literaria- ganan por goleada a los “ingenuos” humanistas. Basta echar un vistazo al “parque humano” en las noticias de cualquier telediario para comprobarlo. Sloterdijk dejaba caer en su corta conferencia algunas fórmulas ambiguas y escuetas sobre la eugenesia -o mejora de ciertas características del género humano, a través de técnicas genéticas-, que suscitaron una de las mayores polémicas filosóficas de los últimos años en Alemania (y por ende en Europa), conocida como la polémica Sloterdijk-Habermas. Dejando aparte retóricas, contra-retóricas y otros artículos periodísticos que alimentaron la polémica, la pregunta clave se encuentra ya en el propio “ensayito”: según Sloterdijk, el humanismo como ideología de domesticación de la especie humana, a través principalmente de la lectura y la educación ha fracasado. Por citar un ejemplo conocido, el desarrollo del totalitarismo hitleriano se produjo en un momento cumbre de un país símbolo del máximo refinamiento cultural europeo. “Y ante el fracaso del humanismo, ¿qué amansará al ser humano?” se pregunta Heidegger en el año 1946 después del holocausto. Y esa es la pregunta que Sloterdijk quiere que se plantee sin nostalgias del pasado, y sin cerrar los ojos ante las nuevas posibilidades del “hombre operable”.
    Biociencia aparte, y cerrando los ojos por un momento a esa posibilidad que nos recordaría El mundo feliz de Huxley, es innegable que la educación moral (inicialmente clerical y posteriormente civil) ha fallado en su propósito. Es cierto que más gente está en mejores condiciones que hace cien años, pero utopías aparte, la apuesta por la erradicación del mal en el mundo creo que es hora de darla por perdida. ¿Seguimos confiando ciegamente en la educación para resolverlo todo? Significa eso, que cuando cuentan que el matrimonio Sartre – Beauvoir eran unos sátrapas en su vida privada, ¿se está poniendo en duda su educación o su cultura o su inteligencia? ¿Es que todos los sabios han sido santificados? La educación no parece ser la llave que nos libre de todo mal. O al menos, no la educación recibida hasta ahora. Quizá ahí Russell lleve razón. Mi experiencia propia me dice que cuanto más leo, más me revuelvo contra la moral imperante, la unicaética izquierdista, la derechona bienpensante, las normas inmutables del mercado, y demás dogmas y estructuras afianzadas en su fracaso. Ya denunciaba Friedman, que el fracaso de la Seguridad Social se intenta siempre resolver con más Seguridad Social. Y así todo organismo establecido inicialmente con un propósito determinado, y que posteriormente, se quedó en mera estructura destinada a subsistir, independientemente de su eficacia. Si tuviera que apostar por algo, apostaría por que el Mal no lo erradicaremos de la Tierra, salvo que nos empeñemos en destruir al hombre que hoy conocemos. El superhombre del mañana, podrá ser tan simple como una ameba, pero feliz y bondadoso. Ese superhombre no lo quiero para mí. Casi prefiero disfrutar a ratos de mi envidia, deseándole el mal a su vez a algún periodista maligno, o político descerebrado. Sentir regodeo en mi pereza. Estafar algunos eurillos a Hacienda. Fumarme un porrito delante del Senado. Encender la luz traída desde una Central Nuclear, y decirles a mis hijas: “no, chicas, no, el superhombre se mantiene, gracias a dios, confinado en los cómics de Marvel, y esperemos que así sea por los siglos de los siglos.” ¿Algún idealista en la sala para rebatirlo?

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