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Desde hace un año me subo todos los días a una báscula Withings que se conecta vía wifi para mostrarme en el iPhone la curva histórica de mi peso. En estos doce últimos meses, además de adelgazar 20 kilos, he hecho otras cosas por primera vez en mi vida. He comenzado a usar un eReader (Kindle), me acabo de mudar con mi familia a una casa "grande", he cumplido 42 años, he corrido 1670 kilómetros (entre ellos, por primera vez, una maratón) y los he contado con mi iPhone y su GPS y he decidido que mi próximo coche no será de segunda mano. Y -¿casualmente?- he mantenido por primera vez la pérdida de peso, estabilizando mi peso en cerca de los 70 kilos.
Enumero esta lista detallada para aclarar que son varios los factores que pueden haber influido en el hecho de no haber recuperado el peso perdido por primera vez después de una dieta. Pero aunque sean varios, estoy seguro que mi báscula diaria y el acceso a los datos a golpe de pulgar me han servido para mantener la fuerza de voluntad. No estoy diciendo que una báscula conectada suponga un remedio universal contra los problemas de sobrepeso. Estoy diciendo que medir ayuda a mejorar. Y eliminar las barreras de la pereza con mejoras tecnológicas para recabar datos sin esfuerzo suplementario (almacenar en un Excel las pesadas, por ejemplo) es determinante.
El "personal data tracking" o "quantified self" es una tendencia en alza y parece haber llegado lentamente para quedarse casi sin darnos cuenta. Ahora parece haber una fiebre de "FuelBands" y de artilugios conectados para llevar encima. Algunas serán más perceptibles y otras menos. Pero es obvio que estas dinámicas de cuantificación de datos personales nos ayudarán a establecer hábitos saludables y a monitorizar parámetros vitales, estableciendo, por ejemplo, alertas, como la del medidor de glucosa en sangre que envía un aviso a un familiar si el azúcar está alto.
Me sorprende que cuando Pedro ha escrito sobre el "yo cuantificado", hayan saltado voces neoluditas para argumentar sobre la debacle que se cierne sobre nuestra existencia por el uso de la tecnología. En un comentario se sugería que es mejor mirar a las caras de nuestros compañeros de vagón de metro que al móvil. A ver si va a resultar que también es mejor dejar de leer un buen libro y ponerse a escudriñar los caretos adormilados.
Lo que me suele molestar del neoludismo es que parece que fuera la tecnología la que produce apatía social cuando es evidente que esto responde antes a deficiencias de educación o de pereza mental. Y aunque jugar al tetris en el metro no tiene por qué hacernos más sociales o inteligentes, no veo que la renuncia voluntaria a todo ello mejore en nada la cuestión. Antes al contrario, estoy convencido de que el ejercicio mental derivado de la interactividad y las posibilidades de relación social que facilitan las pantallas digitales ayudan a deshacer el daño que durante décadas ha ejercido en la sociedad del primer mundo el consumo pasivo de televisión. Y por supuesto, defiendo al #socialholic como un innovador en potencia. Sí, ya sé que soy optimista. Pero es que me cuesta verlo de otra forma, después de varios años de tecnofilia irredenta.
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